Fragmento de Hombres de la piedra VI
Fragmento del capítulo VI de Hombres de la
piedra, novela escrita por un servidor en el periodo 1999–2005. Tómenlo
como un cuento. No resisto guardarme este fragmento porque es uno de mis
preferidos:
Al alba, el guerrero se eleva hasta superar la
atmósfera de Xoraa. Las estrellas lo rodean cuando, por primera vez, busca
poner en práctica todo lo que aprendiera en este mundo y en Taurán, donde su
alta velocidad le permitió descubrir una nueva forma de viajar. Como le ha
sucedido tantas veces, pierde la vista por un instante. Ahora entiende que es
la expulsión de energía por los ojos, y sabe que puede controlarla: lanzar los
halos de la luz creadora sin dejar de ver. Su cuerpo se tensa, y si pudiera
oírse, escucharía sus propios gritos.
El cosmos le abre portales. Al fondo, en una parte
con pocas estrellas, una gran luz con un disco negro en el centro cobra forma. él
se sobrepone a la ceguera y avanza. Todos sus sentidos están excitados,
incluso el olfato: a su nariz llega un nuevo aroma, dulzón y penetrante. El
forastero de todas las estrellas lo atribuye a los gases de esa naciente forma
galáctica que le convoca. El miedo pasa junto a él varias veces, pero
en ninguna consigue quedarse. La gran luz sigue creciendo, y en ese momento el
testigo de su nacimiento pierde noción de la distancia. Se pregunta si
realmente aumenta de tamaño o sólo es que él se acerca. O ambas cosas. No sabe
nada. Prefiere reír ante la magnificencia de este claroscuro cósmico.
Al irse la idea del tiempo, la mente del forastero
llega al acmé de su locura. El brillo de las estrellas se vuelve borroso, como
cuando se ve a través de un cristal mojado. Pronto descubre que lo que hay en
el centro de la luz es un poderoso agujero negro que lo arrastra entre la
inmensa cascada de materia y energía que se dirige a su interior.
él pierde
los sentidos. Todos. Los viejos y los nuevos. La oscuridad acaricia su mente,
al parecer irremediablemente amnésica. Un limbo perfecto le rodea. Vacío total.
Silencio. Todo es perfecto para reconocerse. Solo consigo mismo. Lo único que
ve, escucha y siente es su propio ser.
Entonces vuelve el miedo, y esta vez se queda. El equilibrio
de la penumbra se desgarra. Miedo. Dolor. Indignidad ante el vacío. Ineptitud
ante la inmensidad. él grita cuando se da cuenta, y al
escucharse las lágrimas ruedan por sus mejillas. El recuerdo vuelve con la
cordura, pero el portal se cierra.
El espacio es un mar de decepciones. Mira los
colores de los planetas y se siente inútil. Por un instante comprendió la
verdad y la dejó ir. Se recrimina haber salido de ahí: el aleteo de su
espíritu, la pasión, la nada... se acusa de crear un mundo lo suficientemente
bello como para destruirlo en un instante. Se ve ante la vida y la muerte.
Conoce muy bien ambas. Ahora, bajo la luz de la trivialidad, invoca el
absoluto: la oscuridad da miedo, la luz lo es todo. Permanece sin la verdad, y
cree estar completo. Creyó estar completo. Durante eones la historia ha sido
incapaz de tocarle, y ahora ha huido al sentir el fin de todos las dimensiones.
él es
incapaz de contar el tiempo que le toma sobreponerse e intentarlo de nuevo. Una
vez más, su energía incolora brota luego de un grito. Los portales se contraen
antes de expulsar la luz y mostrar la ventana a lo insondable. Al forastero le
es posible percibir por primera vez la expansión del universo, y es entonces
cuando se siente seguro de estar ante los límites de éste. Las ínsulas de luz
en la interminable penumbra producen gruñidos perceptibles para la mente y no
para el oído. Millones de agujeros negros... millones de latidos cósmicos.
Belleza eterna. El miedo vuelve poco a poco, pero esta vez es derrotado por las
impresiones ante la inmensidad.
Los ojos ciegos a la materia han conseguido ver,
por fin, lo que hay más allá de todo. él pasa un mar de colores y
sensaciones cuyo recuerdo es borrado de inmediato ante la siguiente
estimulación. Su cuerpo se pierde luego del primer embate de la fuerza
expansiva, pero su mente pasa. Sabe que, suceda lo que suceda, nunca más
volverá a ser el mismo, ya que ha sido capaz de comprender lo que ocurre con
todo lo que los agujeros negros devoran.
Ningún limbo es comparable a la infinita nube giratoria que el recién
llegado percibe. O cree percibir. El silencio es sólo aparente, pues aunque sus
oídos siguen sin captar nada, miles de millones de rumores acarician su
cerebro. El ayer y el mañana. Todas las distancias. Todos los tamaños. Todas
las dimensiones. Todos los colores. Todas las formas. Sin duda, el nuevo
fantasma debería ser la locura, pero hay otra cosa que él recibe en su
totalidad al estar en ese sitio: la paz.