Tuesday, February 12, 2013

Músico, poeta y loco

Hoy fue uno de esos días en que mi ego se despertó exultante y estorboso. Es por ello que quise compartir una anécdota aleccionadora que hace ya algunos ayeres me permitió alimentarlo y controlarlo adecuadamente. Fue algo que nació cuando una persona con cierto rencor y envidia hacia mí vertió un comentario venenoso que no hizo sino proporcionarme, a la luz de los años, una de las mejores terapias de autoestima.
A lo largo de la vida uno suele toparse con toda clase de gente, pero la que nunca faltará, por desgracia, es aquella que en algún momento se te pega bajo el pretexto de una amistad, pero que a tus espaldas anda rumiando su coraje cada vez que tienes un éxito. Fue ese tipo de persona quien alguna vez intentó emitir una sentencia que condenaba al fracaso eterno al que esto escribe. Como buen cobarde, la emitió a mis espaldas, pero tuvo el desatino de decírselo a mi hermano, quien en algún momento, por supuesto, me la hizo saber.
Antes de compartirla es necesario que les explique el por qué del título de este texto. Quienes me conocen saben lo artísticamente inquieto que soy. Mi máxima pasión es escribir: he terminado nueve novelas y estoy metido actualmente en otras dos. Pero además de ello, alguna vez también formé una banda de rock; dirigí una película; fundé y encabecé un proyecto de cómics, escribiendo los guiones y contratando con lo que me dieron de una beca del Fonca a artistas profesionales y semiprofesionales para ilustrarlos; también me gusta dibujar, aunque casi nunca muestro lo que hago, y por supuesto no incluí ni un solo trazo mío en ese proyecto de cómics (quería calidad). Total que siempre, desde muy joven, he sido así. Si un día amanezco con ganas de pintar, de hacer una figura de plastilina o de componer una canción, y sucede el milagro de que tenga tiempo para hacerlo, lo hago. No me gusta que las ideas se me queden en la cabeza. Por desgracia, nací en México, y en México no se puede vivir de nada de esto, porque no es comercial ni vendible. Pero yo hago lo que me gusta y punto. Soy feliz de ese modo, y hace mucho tiempo que dejó de importarme si alguien más ve mis obras y mucho menos si le gustan. A Dios gracias, tengo trabajo y vivo de él. Mi tiempo libre, cada vez más escaso, es para todas las locuras que se me ocurren. Y como decía, desde mi juventud he sido así, pero también ya desde aquellos años las personas que ven al dinero como único sinónimo de éxito eran incapaces de comprender que mi triunfo radicara en dar a luz a mis ideas, y que una vez que lo lograba saltaba al siguiente reto, aunque nada de lo que fuera dejando en el camino gustara a los demás ni mucho menos me produjera un solo peso. Ya saben: en México si haces algo que no te da ganancias monetarias se considera una pérdida de tiempo. De ese modo pensaba quien emitió la citada sentencia, y he aquí la historia de cómo esa sentencia la recuerdo muy a menudo, pero especialmente cuando más apachurrado me siento:
Otra de mis pasiones es la radio, y este “amigo” y yo teníamos por aquellos años la idea de ofrecer un programa a la estación que lo quisiera aceptar. De hecho, la idea fue mía, y el sujeto se “colgó” de la misma. No solo ello, sino que un día se fue a meter a una radiodifusora y se arrastró hasta que consiguió “colarse” como colaborador de un programa... todo ello sin avisarme ni invitarme a ir con él. Esa “trastada” fue la que acabó con nuestra amistad, y no la historia que él se inventó después con la ya muy mentada sentencia. Tratando de desviar los motivos por los cuales yo ya no quería saber nada de él, le dijo a mi hermano, comparándome con otros amigos talentosos: “El gran problema de tu hermano es que en todo fracasa. Quiso ser músico y apareció ‘fulano’; quiso ser periodista y apareció ‘zutano’; quiso ser escritor y aparecí yo”. Con ello quería decir, por supuesto, que “fulano” era mejor que yo como músico y me había hecho renunciar a la música, que “zutano” era mejor que yo como periodista y me había hecho renunciar a dicha labor, y que por supuesto él era mejor que yo como escritor y por tanto debería quemar todas mis novelas por inútiles. Manteniendo a las personas aludidas en un escrupuloso anonimato, he de decirles que lo única comparación acertada era la primera. “Fulano” era y sigue siendo un magnífico músico, pero ello nunca me hizo abandonar mis incursiones en dicha arte. “Zutano” jamás fue mejor periodista que yo, solo fue un vendido; ni el autor de la sentencia era mejor escritor, aunque él así lo creyera.
Pero lo importante es que cuando mi hermano me contó lo que el sujeto le había dicho, casi de inmediato vino a mi mente la respuesta que le hubiera dado si hubiera tenido el valor de decirme su sentencia a la cara: “Puede que tengas razón, pero hay un hecho irrefutable: soy el único de los cuatro que puede hacer todas esas cosas... y más”.